Cuento
LA OCHO
-
¡Puta madre!
-
¿Qué?
-
¡Nos jodimos!
-
¡Habla claro,
chucha! ¿Qué pasa?
-
¡Mañana viene el
delegado del Ministerio a tomar el examen final de Química!
-
¡Chucha, dañaste
la tarde! ¡La cagaste!
-
¿Cómo que la
cagué? ¡Te esto´ avisando!
-
¡No hubieras
dicho nada! ¿Y ahora? ¡Con ese cojudo no pasa nadie!
-
¡Vamos a hablar
con la gente, apúrate!
Bueaño y Borrascas, estudiantes de quinto año, se dirigieron a la cancha
de básquet. El resto de la jorga se echaba una partida. Tres contra tres. Media
cancha.
-
¡Cúbre! ¿No vej
que noj hace un quiebre y mete la canasta? – Era el mono “Pato Loco”.
-
¡Callá mono e
mierda, más lo que hablas y no encestas! –contesto Suasnavas
-
¡Oigan! ¿que
pasa? –Buenaño y Borrasca reclamaron
-
¡El mono Pato
Loco me tiene cabreado! ¡habla y no mete una!
-
¿Es mono o es
pato? – Dijo picando Bueaño
-
¡Es un loco bla
bla! ¡pura boca! –remató Suasnavas
-
¿También es loro?
–jodió Buenaño
-
¡Ya dejen eso! ¡A
los que nos van a dar la del zorro es a nosotros! –habló en voz alta Borrasca-
¡Mañana viene el jijue de Jiménez, delegado del Ministerio, a tomar el final de
Química!
La pelota quedó en el polvo de la cancha. Los seis jugadores se volcaron
sobre Buenaño y Borrascas que traían el cuento a flor de labios.
-
¡Chucha, nos
jodimos! –dijo Suasnavas
-
¿Qué hacemos
ñaño? ¡Si viene Jiménez no podremos sacar la tesis ocho! ¡Nos tiramos el año!
¡Por lo menos todo el curso queda aplazado o suspenso!
-
Menos el gringo
Lakenbaker..
-
Menos el matón
del gringo.. dijeron a coro
-
¡Hay que hacer
algo! –dijo Pato Loco
-
¡Ya!.. ¡Lo mato a
Pato Loco y mañana lo velamos! -echó la broma Suasnavas-
-
¡No jodas, la
cosa es seria! – recriminó Borrasca
-
¡Puta madre!
¡Nadie sabe Química!..con el guevas ese del profe Gordillo, dicta que dicta,
¿Quién va a saber?
-
El único recurso
era sacar la ocho como hicimos con la doce en el final de matemáticas sacando
la ficha de la caja de sorteo..dijo otro
-
Con Jiménez no se
puede. Coloca la caja en alto. Que la vean todos. Como hizo el año pasado.
Dicen que ya las hizo contar esta tarde para que no vayan a sacar duplicados.
Que la hizo guardar en el Rectorado. Nadie entra ahí. Jiménez sospecha –
sentenció Suasnavas.
-
¡Callate ve,
jetatore! ¡No hagas humo espeso!
-
¡Ya sé!- habló
Buenaño- ¡Hay que robar la ficha ocho de la caja que está en el Rectorado!
¡Ellos no esperan eso!
-
¿Y como entramos?
-
Por la ventana
que da al patio -agregó- a la noche. Cuando todos se hayan ido al internado y
la vieja que cuida se haya metido con el conserje a pegarse su palo..
-
¿Con el conserje?
¡Con Pato Loco será! ¡El mono ya no se aguanta y la vieja lo anda cazando! –se
rió Suasnavas-
-
¡Oye..jijue tu
madre..! ¡Vaj a ve, noj vamoj a tené que jalá de golpes! –amenazó Pato Loco..
-
¡Es broma, Pato
Loco, aguantate! –dijo Borrasca-
-
¡Oye Buenaño, ¡tu
eres audaz!..¿Y si nos agarran?
-
¡Anda maricón!
¡Hay que arriesgarse! ¿O quieres perder el año?
-
¡Se cagan mis
vacaciones! ¡Hecho! ¡No se hable más! ¡Esta noche, chucha!
-
¿A que hora nos
vemos? -Todos chocaron las manos-
* * *
Nueve de la noche. Las siete cabrillas en la punta del abanico de Alde
Baran titilaban haciendo ojos. A pesar de que un elíptico pedazo de luna
soltaba una rendija de luz sobre el polvo de la cancha de basket, de los montículos
de hierba y de las flores que rodeaban la ventana del Rectorado, estaba oscuro.
La jorga se deslizó bajo la ventana. Buenaño metió un alambre que hizo
caer el pistillo. Empujo suave la ventana que se abrió. Ágiles subieron,
entraron y buscaron la caja de las fichas. La luz semimenguante dejaba
traslucir los perfiles de los archivos y anaqueles.. ¡Allí estaba la caja!
-
Prende un
fósforo..
Dijo en voz queda pero apremiante Buenaño a Borrajas. Sin que le digan,
tomando el guante, Pato Loco quien se había subido prendió el fósforo. Se
ilumino con el chispeante fuego la caja. Allí estaban dentro las veinte fichas
de colores esparcidas.
-
¡La ocho! ¡Saca
la ficha ocho!
Apremió Pato Loco. Buenazo y Borrasca se miraron.
-
¿Quién hizo subir
al mono? –le sopló al oído Buenaño a Borrasca-
-
El solito..
-contestó en voz baja. Buenaño cogió la ficha ocho en la mano. Era amarilla. De
plástico. El número negro resaltaba. La vio bien y guardó en el bolsillo de la
chompa que aseguró con el cierre. Sopló el fósforo.
-
¡Vamos! –dijo
quedo. Salieron los tres..despacio, deslizándose. Cerraron la ventana colocando
el pistillo con el alambre con arte. Se lanzaron a la verde grama.
Confundiéndose con las sombras se esfumaron.
* * *
El gran salón del examen final estaba lleno. Los tres quintos cursos del
colegio: más de doscientos estudiantes copaban los pupitres. Las hojas de
examen con el sello de Inspección y la firma del delegado del Ministerio
estaban pálidas a pesar de sus líneas azules horizontales, igual que las caras
de los estudiantes.
Adelante, sobre un pupitre mas acabado, la caja de madera sobresalía con
su color café mate. A su alrededor estaban: Gordillo el profesor de Química. El
Inspector General con cara de chapa retirado. El Rector del Colegio y el
Delegado del Ministerio Jiménez. Todos con terno negro a rayas. Como si
asistieran a un entierro. Listos para clavar el estoque sobre los estudiantes
de Química. Los nervios copaban el salón.
Corrida la bola que la jorga de Buenaño y Borrasca iban a sacar la ficha
ocho se la habían aprendido de memoria. Ni siquiera llevaron pollas. Sino salía
la ocho solo el matón del gringo Lakembaker, que a nadie dictaba, pasaba el
año.
Los cuatro del cadalso parecían etiquetar un disparo: el número de la
ficha que colgaría a todos, menos al torpe y severo maestro experto en el
dictado de peróxidos.
-
¡A sacar la
tesis! – llamó el Inspector General con voz grave.
Era una tradición que los estudiantes delegaran a quien sacaría,
buscando la suerte, la ficha que decidiría el número de la tesis del examen
final. El delegado ministerial, luego de ser sacada de la caja, la leería en
voz alta.
Borrasca codeó a Buenaño. Este se levantó despacio. Los ojos de los
cuatro enterradores, como olfateando algo, a pesar de que la caja de madera se
había mantenido bajo llave, guardada en el Rectorado, tenían clavadas las
miradas sobre ésta, donde las fichas esperaban la mano que las moviera.
Buenaño metió la mano izquierda al bolsillo del mismo lado del saco
verde olivo y palpó la navaja que llevaba dentro. Era una navaja grande,
pesada, de cacha de nácar y larga hoja de acero. La sacó con movimiento lento y
calculado y la acunó en su gran mano izquierda de jugador de baloncesto,
ocultándola. El silencio copaba el salón del examen. Caminó despacio. En la
mano derecha, la ficha ocho permanecía hábilmente guardada. Si le pedían
mostrar la mano donde tenía la ficha le daba el tinguetazo maestro y la metía
en la manga del saco como tantas veces lo hacía dejando mudos a los guambras.
Siguió caminando. Seguro. La navaja, bien sopesada en el cuenco de su mano
izquierda. Llegó justo delante de la caja alzada en alto por las manos del
Inspector General. Los ojos de los cuatro de negro mirando. De pronto…dejo caer
la pesada navaja de cacha de nácar al suelo de madera.
-
¡Pruuum! ..
¡Pruuum!
Sonaron los golpes secos atronando el silencio fúnebre de la sala donde
ni el vuelo de una mosca zumbaba. Instintivamente los hombres de negro miraron
hacia abajo. Fue una reacción rápida. El ruido de trueno hizo mover sus cuellos
y atrajo su vista. Fue celérico el giro de sus ojos.. mientras Buenaño, rápido
cual un soplo, subió la mano y la metió en la caja.
Hizo como que la ficha sacaba y, suavemente, para que todos vieran que
bajaba la mano, con la ficha de adentro de la caja, abrió la palma ante los
ojos de Jiménez y mostró.. ¡la ficha ocho brillando! El delegado miró a Buenaño
con la ficha en la palma. La había sacado, aparentemente del fondo de la caja,
donde las demás fichas sorprendidas solo sintieron una mano volando..
-
¡Pruuumm!
El sonido del golpe sobre el piso parecía aún retumbar en el salón.
Buenaño mostraba la ficha ocho en la palma de su mano. La entregó a Jiménez.
El Rector, el Inspector General, Gordillo, Jiménez, se miraron y
clavaron la vista sobre la ficha, intrigados, sin poder decir nada. Miraron a
Buenaño. Estaba sereno. Impávido. Gordillo, el profesor de Química, luego del
estruendo se había agachado para recoger la pesada navaja de metal y cacha de
nácar. Mientras subía mirando a Buenaño le entregó la navaja. Todos volvieron a
mirar la ficha con los ojos abiertos y la boca sellada.
Jiménez serio y a la vez lleno de asombro, luego de recibirla de manos
de Buenaño, se adelanto y solemne dijo en voz alta:
-
¡La ocho!
Un rumor se extendió por el salón. Una oleada de rubores de durazno
subió a los cachetes de los jóvenes devolviendo a sus rostros su color natural.
-
La ocho…
Se regó por debajo entre sonrisas y gestos de alegría. Buenaño metió la
navaja en el bolsillo. Caminó despacio. Sereno hacia su pupitre. Al paso miró a
Borrajas y a la jorga que se miraban sonriendo.
-
A la salida nos jugamos una de basket -sopló
al oído de su pana..
Antonio Guerrero Drouet
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