EN
HOMENAJE A GONZALO MENDOZA
“AVISPA”
Era
un camarada entero:
Le
fulgían las centellas
Su
cuerpo estaba regado
De
sangre chisporrotera,
de
sangre altiva, caliente,
ígnea
cual una caldera.
Era
un cerebro cuajado
Con
aquella sangre nueva
Erguida
allá en su cabeza
Cual
un gigante de estrellas.
Su cuerpo y mente eran una:
Montaña de sangre y piedra
Celebrar el camino de la
vida, cuando alumbra cual un destello el camino de la muerte:
Hoy ha muerto un amigo, un
camarada, un compañero del arte para la vida, de un arte para enfrentar a los
que oprimen. Del arte pictórico que cruza los senderos de la libertad.
Si alguien odió con fiereza
al ángel de la muerte, al “angelical” rostro negro de Condoleza, al cínico e
impávido rostro de Bush cuando envió sus aviones plateados, sus disparos de
fósforo que mataron niños y pájaros en Palestina y en El Líbano, en Irak
Afganistán y Colombia, fue “el avispa”, nombre irreverente que recoge la
idiosincrasia sencilla y puntiaguda, la forma de vivir iconoclasta, ígnea, cotidiana
y persistente del ecuatoriano, del mestizo andino que ama su Costa, su Oriente,
sus Islas Galápagos, sus flores de arupo, sus eucaliptos y pinos, que hace de
la vida un canto a la dignidad, a la libertad, al optimismo combatiente.
El artista de la pintura, del
afiche, de la caricatura de los pueblos forjada en las tierras de la Mitad del
Mundo, junto a los trabajadores y los pueblos, junto al combate de los
oprimidos que se encumbran para denostar contra la barbarie del Plan Colombia,
del saqueo petrolero, de la migración, recreadas con una pintura de colores
fortísimos, alucinantes, vitales, motivadores del quehacer de la vida -llevada también en una secuencia para el
cine alternativo- que nos representa en nuestras recónditas y auténticas
emociones, es Mendoza, el “Avispa”.
Y digo “es” porque, como
decía Martí: aquel que celebra a diario la razón de vivir, construyendo la
primavera para los pueblos, no muere.
Unos se van primero, mal
advertidos por la muerte, que no avisa cuando.
Hoy se ha ido de lo cotidiano
“el avispa”. Otros nos iremos luego. La casualidad nos puso en este cruce
histórico y debemos ser líderes del mismo, convertirnos en protagonistas, como
lo fue nuestro querido e inolvidable “Avispa”.
De esta circunstancia debe
quedar, como en este caso que nos palpita y hace más vitales: el barro, el molde,
el rumbo vivísimo y rotundo, el prototipo de cómo transitar dándole fuete a la
vida, marcando el paso que se grava en la piedra y en los muros, que late en la
palabra y en la imagen que se cola en la pupila, que allí se guarda, alimentando
para otros, para los pueblos, la razón hermosa de vivir con dignidad y
honradez, con latencia de identidad patriótica y popular.
Todos lo conocimos a través
de las páginas de colores altivos e irreverentes de OPCION, de las carátulas de
Espacios, de sus pinceladas denunciando la barbarie de la agresión
imperialista, de los gobiernos oligárquicos corruptos y antipatrias, de la
miseria de la migración; otros lo conocieron más de cerca, más cotidianamente en
su fuerza y optimismo permanentes; otros menos, pero más de cerca y aunque
poco, nos alimentamos de su espíritu y su rostro amplio, abierto, amigable, de
su mirada atenta y clara, prístina y afectuosa hacia quienes compartimos el
ideal del combatiente comprometido al que él se pertenecía, concientemente, del
cual hizo una vida sencilla y ejemplar que marca el derrotero de quienes deben
y debemos aprender de su identidad rebelde, ecuatoriana y de clase; que muestra
lo que somos, los sueños que queremos y la forma como hay que vivir para hacer
realidad esos sueños de libertad, de patria, de soberanía, de solidaridad con
la causa de los oprimidos y alzados del mundo.
Paz en tu tumba camarada
“avispa”. No te has ido del todo: Te llevamos en la fuerza que nos dejaste.
Paz para tu familia querida,
tus amigos y compañeros del mundo por el que luchaste para contribuir a
cambiarlo.
Era
un camarada entero:
Le
fulgían las centellas
Su
cuerpo estaba regado
De
sangre chisporrotera,
de
sangre altiva, caliente,
ígnea
cual una caldera.
Era
un cerebro cuajado
Con
aquella sangre nueva
Erguida
allá en su cabeza
Cual
un gigante de estrellas.
Su cuerpo y mente eran una:
Montaña de sangre y piedra
Antonio
Guerrero Drouet
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