Joaquín
Gallegos Lara y los escritores de los 30:
Pinceles y
resonancia de la vida del pueblo
en la
literatura artística
Se dice - y
es verdad – que la literatura escrita, o es un reflejo de la dominación de la
burguesía durante el ejercicio de su poder, antes de la revolución proletaria.
O es reflejo - en la palabra artística escrita y en las artes en general- de
esa lucha denodada, cotidiana, de la clase obrera, del campesinado y los
pueblos; que alcanza altos ribetes de rebeldía y explosión avasalladora en
circunstancias más elevadas de la lucha de clases; y cuando avanza a formas de
lucha más altas: La insurrección armada, la guerra de liberación social y
nacional, etcétera, para la conquista del Poder Popular y la construcción del
socialismo.
Basados en
estos parámetros científicos es que, por estudio y sentido común, concluimos que hay dos
concepciones de la belleza: Una, la burguesa, trabajada durante los últimos
siglos luego de la revolución de su clase social: Más sutil que las
concepciones de la belleza feudal y esclavista, dominantes durante sus
respectivas épocas; concepción burguesa de la belleza que exalta, justifica, a
menudo cuestiona críticamente, pero defiende el sistema capitalista; concepción
de la belleza que penetra a través de las artes burguesas; que manipula las
diversas expresiones de las artes de origen popular; que penetra entre las
masas: Que va dirigida a ellas para alienarlas, para desorientarlas y
extraviarlas del rumbo de su emancipación social como clase oprimida; que se
extiende a las restantes clases y capas sociales explotadas por el sistema
capitalista-imperialista.
Otra es la
concepción proletaria. Tiene algunas características: La concepción de la
belleza – y de la fealdad – proletaria se produce antes, durante y con
posterioridad a la revolución proletaria. En los momentos culminantes de la
toma del Poder Popular donde la clase obrera y los pueblos bajo la dirección
del partido comunista despliegan todo su heroísmo combatiente, toda su chispa y
creatividad, toda la belleza del estallido, del oleaje revolucionario en su
cúspide, donde se dan cuadros frescos dignos de pinturas al óleo, de receptivos
ojos sensitivos que capten toda su fuerza y sugestión si son aprehendidos estéticamente* por los
artistas militantes, en primer lugar, y por los artistas y escritores
revolucionarios, demócratas, progresistas, patriotas, antiimperialistas a
través de la pintura, el teatro, la
literatura en general, la fotografía artística, los videos, el cine,
etcétera.
También, por
supuesto, y tras la conquista del Poder Popular, durante la construcción del
socialismo: Durante esta gesta histórica y revolucionaria proletaria que tiene
un acumulado de cincuenta años, y vuelve, volverá a renacer de las cenizas para
descollar con mas fuerza hasta que en el mundo se afirme la corriente de rumbo
al socialismo y camine como un fuelle la perspectiva de anular fronteras, de
unificar pueblos, la multiculturalidad de las culturas proletarias y populares
de los pueblos y naciones del mundo: El socialismo y el comunismo.
Es
inevitable que a la lucha y la acción económica, social, democrática y política
de los trabajadores, vaya asociada la palabra artística como parte de la
propaganda revolucionaria en general, que, reflejando esos fenómenos, los
encauce hacia adelante. Y la palabra artística convertida en verso, en las
diversas prosas que se sirven enlazarla, artísticamente espatuladas, es
inevitable que brote, consciente y espontáneamente como su reflejo en la enmarañada
sociedad capitalista donde estalla pertinazmente la protesta, el combate, la
lucha de los trabajadores y los pueblos por su liberación: La palabra artística
escrita proletaria y popular influye sobre la sociedad particularmente sobre
los trabajadores, los pueblos, sobre la juventud.
Bajo esas
circunstancias es que brotó la palabra artística, la prosa en cuento y en
novela de la generación de los años 30 y de Joaquín Gallegos Lara, el dirigente
político y escritor comunista. La literatura de los años 30 durante el período
de la crisis de la exportación del cacao en el Ecuador, que condujo al
desbordamiento a la vida política de la clase obrera ecuatoriana, tras la
Huelga General del 15 de Noviembre de 1922 que recoge aspectos profundos de la
vida y el habla popular, tuvo en Joaquín Gallegos Lara uno de sus más profundos
y robustos exponentes. Un aspecto de esta rica obra literaria es el de haber
recogido un lenguaje esencialmente diferente del que nos fue impuesto a través
de la cultura dominante española durante siglos.
La lengua,
el habla popular que se recrea en las páginas de los cuentos, de la novelística
de Joaquín Gallegos Lara, uno de los escritores de la vigorosa generación de
los años 30, es la más viva y “mordisqueante”* de ese período. Es resultado de
la compenetración con el espíritu, con el crepitante torbellino del sentir de
los trabajadores, de los campesinos y del pueblo de ese período de ahondamiento
de la crisis en el Ecuador.
El espíritu
de un pueblo sometido al hambre, al desempleo, a la miseria, que se expresaba
de manera vigorosa, descollando su descontento y rebeldía, en un habla potente,
cargada de imágenes y fuerza, de metáforas populares que reflejan la vida
cotidiana y la lucha del pueblo ecuatoriano, de los trabajadores dispuestos a
alzarse en contra de las oligarquías, se refleja sobre todo en su novela mejor
lograda: “Las Cruces sobre el Agua”.
El viejo
Guayaquil revive en las páginas de esta novela con vivacidad y profundos
sentimientos e imágenes de esos años. El amor popular, mezclado con los
conflictos sociales y étnicos, aflora de modo rotundo y claro. Pero sobre todo,
es el manejo de una lengua nueva, de una jerga popular cargada de imágenes
potentes, saltarinas, que recogen el alma, la vida, la intensa vida de los de abajo, como logra construirla en este trozo literario, Gallegos Lara:
Caminaron a brincos en las piedras:
“La luz de los faroles se rompía en
las escamas de las charcas.
Un aguacero de orines lo abrazó como
beta que se enreda al bramadero
El sol lanzaba sus arpones entre los
empenechados troncos de la caña brava”
Se dice que las
circunstancias hacen a los hombres. Y así es. Quizás por eso es que la época –
para hablar impropiamente del período de la crisis cacaotera en el Ecuador – en
que vivió Joaquín Gallegos Lara, militante y dirigente del Partido Comunista,
cuando la recesión y la depresión capitalista condujeron a la grave crisis de
inicios de la segunda década del siglo XX que provocó la agudización del
desempleo, del hambre, de la desesperación de las masas trabajadoras, imprimió
su sello en la conciencia de este hombre extraordinario, lúcido, provisto de un
ojo penetrante, de una sensibilidad armada de una vigorosa caja de resonancias
espirituales; de la visión profunda, de clases, que le proveyó la ciencia del
marxismo- leninismo, pero que, bajo su agudo y profundo cerebro, le permitió
captar la profundidad del alma del pueblo trabajador de Guayaquil con sus
peculiares características expresadas en la arquitectura del viejo Guayaquil,
no solo del antiguo casco de la ciudad antigua, sino de las ramadas populares
junto al Salado, de donde extrajo los vigorosos prototipos que plasmó en sus
obras, reflejo de su retina profunda, de su oído inconforme, de su sensibilidad
abierta al goteo de la llave de agua de la barriada pobre, del suncho
recorriendo las calles de polvo empujado por las manos de los niños descalzos,
de las picardías y andanzas de los muchachos y de los amores primeros, de los
sueños frente al rizo de las aguas acostados entre las rocas y las piedras del
río con los pies desnudos soñando junto a sus compañeros de barriada pobre.
Ese ojo y
profunda sensibilidad en un hombre que carecía de piernas normales, fue quizás,
el atributo que se entronizó en su cerebro y en su pecho lúcidos, erguidos,
sanos, inyectados de vida y sangre caliente, borbotoneante, limpia y vigorosa a
través de la cual supo captar el alma brincante del pueblo, su habla picante,
chisposa, pullante, popular en un decir;
a través de la cual nos hizo recorrer las barriadas pobres del viejo Guayaquil,
sus casas y antiguos alumbramientos, sus eróticas y sencillas formas de hacer
el amor entre los árboles y los puntales de las viejas casas y sus portales,
cocinar pobremente, fumarse un tabaco y soñar; nos hizo recrear a la gente
cuyos pulmones y energías estallan luego en la Gran Huelga General de Noviembre
del 22.
Es toda una
eclosión en ascenso que nace de esas circunstancias, que brota de esa vida
sencilla, pero fragorosa, dolida ante las pestes, hermoseada por las muchachas
y los amores, golpeada por los abandonos, que va acumulándose hasta chocar con
la descarga de la crisis cacaotera, en ese mismo pueblo que harto se levanta y, aunque desprevenido de la decisión criminal del gobierno Liberal
de José Luis Tamayo de reprimir a sangre y fuego al gran levantamiento, se ve obligado a tomar las armas y las toma para enfrentar a la fusilería ordenada por aquel gobierno de la burguesía. Y aunque muere desgarrado por los disparos, abiertos sus vientres por
los yataganes, escribe la proeza mas robusta que durante ese período ha vivido
la clase obrera ecuatoriana.
Esas
circunstancias hicieron, bajo las condiciones de un cerebro chisporroteante,
ávido de llenarse de la vida y explicación de las causas de la miseria para los
pobres, de una caja torácica poderosa para albergar con dolor, rabia y odio,
con amor y esperanza inmensos, al hombre, la mujer, al niño que vivieron
durante esa época y dejárnoslo en el gran fresco de su obra cumbre.
Solamente
una sensibilidad así, armada de la conciencia de clase que produce la ciencia
del marxismo- leninismo podía extraer las imágenes que brotan, chapoteando en
los charcos de lodo de esas calles polvosas, yendo a los hospitales donde moría
la gente arrasada por la peste, echándose a las aguas del río, y soltando su
flema, su lengua dura y tierna, su enojo cotidiano y su amor persistente por la
vida; solamente una visión profunda pudo captar a profundidad lo que allí pasó,
para entregárnoslo como un documento social y político, como una obra maestra
de la lengua popular ecuatoriana.
Seguramente
conmovido, afectado por la impotencia, observó desde las persianas de madera en
tablillas colocadas oblicuamente al estilo de la arquitectura de esas casas antiguas
de Guayaquil, los cuadros de la masacre del 15 de
Noviembre; visiones que con seguridad recogió para ampliar su visión a través de los
documentos vivos entregados por la militancia y los cuadros del partido
comunista, por la gente del pueblo, de los trabajadores, amas de casa, artesanos,
jóvenes que sobrevivieron a la matanza del 15 de Noviembre de 1922, y que luego,
tras un examen del viejo Guayaquil y de sus gentes, de la idiosincrasia del
cholo, del trabajador montubio, del mestizo hijo del pueblo, fue trasladando a
su gran fresco documental: “Las Cruces sobre el Agua”: obra sociológica
profunda pues a través de ella se puede beber en el alma de los trabajadores y
del pueblo pobre de Guayaquil, a través de sus prototipos centrales y
secundarios, particularmente del padre de Alfredo Baldeón, de la madre que los
deja, de la “blanca” - su primer amor -; de la morena – o mulata – que pasa a
ser mujer del padre de Alfredo y de quienes al final se aleja para “no herir” a
su padre trasladándose a la Guerra de Concha en Esmeraldas, antes de retornar a
Guayaquil y participar en la Huelga General de Noviembre de 1922.
Esta gran obra de
literatura popular y realista no deja de lado la introspección, al contrario,
dándole un carácter popular, pues que está ligada -esa introspección– a la
naturaleza, los barrios, a la gente del Guayaquil de antaño, se produce a cada
paso o circunstancia. De donde surge de manera natural, el lenguaje vivo,
renovado, fresco, que enriquece a la lengua, al idioma español, que lo hace “mordisqueante” *, en medio de las “penachudas buchadas de agua”*, hecho singular
para la literatura nacional, para la literatura artística escrita mestiza y
popular recogida de un artista en la captación y en el manejo del espíritu
popular, expresada en los movimientos, en las acciones, en la vida, la lucha y
la "lengua literaria"* popular, como acertadamente la califica Pablo Miranda.
No es como dice
Abdon Ubidia, que este manejo es formal, postizo, para supuestamente darle una
característica “popular“, a esa literatura. Si algo distingue a los literatos
de la generación de los 30 es que se embeben, se sumergen en el espíritu del
cholo, del montubio, del pueblo, del trabajador mestizo y sacan a flote ese
espíritu, sus cotidianidades, sus broncas, sus celos y pincelazos a través de los
acontecimientos que recogen de las circunstancias en que viven, por ejemplo:
una Banda de Pueblo, o el niño que se masturba frente a la despernancada imagen
de la patrona ama blanca, muerta, caída en el hoyo”: Es esta sicología brava
del pobre, terrígena, ceñuda, de permanentes entrecejos frente a la dureza de
la vida, que hace a esos hombres, mujeres y niños, aparentemente insensibles
ante asuntos terribles de la vida, darle la contextura del espíritu del pueblo
ecuatoriano dolido en el fondo del alma como en el cuento de José de la Cuadra:
“cacao”; o del trabajador bueno, solo, del hombre sencillo: “Chancho Rengo”,
que confía en el gallinazo que siempre lleva sobre sus hombros: un
“Guaraguao”, quien, acorralado por la podredumbre
social de los delincuentes que lo esperan al filo de la noche para asaltarlo,
robarlo y matarlo, encuentra la solidaridad en ese capitán de gallinazos cuya
nobleza aflora en contra de su naturaleza, quien no deja que a su amigo, sus
congéneres, destruyan su cuerpo, ya muerto, a picotazos.
Abdón Ubidia
yerra al enfocar así la obra literaria de los escritores de los años 30: Bajo esa lengua palpita el alma de un pueblo. Sus propias
obras, guardando las diferencias históricas, de contenido y estilo, recogen la
idiosincrasia popular: En “Sueño de Lobos”, Ubidia capta parte del alma del
pueblo de Quito y lo expresa de modo
contundente en una lengua vigorosa y precisa; como también y con mayor
profundidad y fuerza lo hace Rafael Larrea cuando pincela una imagen del Quito
conventual vivo: “María Campanario” y en su rica poética.
Ciertamente que
la mayoría de los personajes de las obras de Ubidia, o están dentro del lumpen
proletario o del pequeño burgués cargados de vaciedades, de contradicciones y
sueños de perro; en la vida del pequeño burgués de las capas bajas. Pero allí
está el Quito de la 24 de Mayo y el de La Mariscal de las décadas de los 50s,
60s, 70s: El de las “peluconas” y el del mecánico que sueña, el del empleado y el
acuciante asistente a la Plaza de la Independencia. En esa obra impactante y
viva Ubidia puede encontrar la respuesta que no halló al leer a los escritores
de los 30 pues Ubidia nos muestra tras las introspecciones y el lenguaje
popular, el alma de las barriadas de Quito sobre el Penal García Moreno y sobre
otros lugares típicos del Quito popular. Cito a este formidable escritor porque
de esa fuerza está impregnada, -sopesando por supuesto sus abismales diferencias
y las diferentes circunstancias que motivaron la construcción de dichas obras-,
con la visión del proletariado y del partido comunista del que fue un dirigente
notable el escritor Joaquín Gallegos Lara.
Al entrar –Gallegos
Lara- en ese pueblo y en su alma por fuerza encontró el vigor de una lengua renovada,
antes oculta bajo los ríos profundos de la vida, bajo la piel de lo cotidiano,
dentro del mordisco del tabaco, de la rabia del de abajo, en donde la grosería
–como decía Benjamín Carrión– es la expresión sumada al escupitajo mental a la
miseria, a la mierda de la vida: El “puta madre” que ahora sale con mas fuerza
ante la podredumbre de los ricos, ante la miseria humana de la burguesía. Esa
grosería profunda y seca, dolida y alzada, viril y femenina, porque la mujer
del pueblo la usa también y hasta se erige hombruna como en “La Tigra” -cuento del
escritor socialista José de La Cuadra-, para defenderse de los maleantes, para
no depender de los hombres, para sobrevivir en la sociedad machista.
Esa grosería va
ligada a la sensible y profunda dulzura de nuestra gente que le da la vida al
sol cuando éste descansa sobre las rocas del río, cuando dialoga con las aguas,
cuando juega con la gente, cuando el cholo ama y besa sin sensiblerías dulzonas
y falsas sino tocando la carne, dando el mordisco a los labios gruesos de la
mulata, tocando los muslos y glúteos, los pechos prietos de la mujer que ama
y a la cual se la lleva al catre, conchabados los dos con esa necesidad
fueteada por el aire fresco de la tarde, con la complicidad de los cocuyos de
la noche, del canto de las guacharacas, a la luz del mechero de kerosene que se
apaga.
Se siente, se ven
los besos, los abrazos, la dulzura de leche y miel que brota de los amantes: El
amor del trabajador por su hembra que sencilla espera su regreso junto a la
estera de mimbre para hacer el amor guascoso en medio del rechinar de los palos
de guayacán de la vieja vivienda de palos en la vega del ranchito que recrea el sano y vigoroso erotismo popular.
Ese recogimiento
de la sicología popular que brota de una lengua renovada, alzada, hiriente, mordaz,
fruto del amor a la vida sencilla y trabajadora y al combate contra la miseria
causada por los opresores; el rechazo al boato, formalidad y podredumbre
mercantilista de los ricos y su intelectualidad adocenada es una de las
profundas características de los escritores de la generación de los años 30 y de la obra grande de Joaquín
Gallegos Lara.
* "Mordisqueante": Justa y rica palabra popular recogida de la obra de Pablo Miranda: "Pueblos, nación, nacionalidades".
* "penachudas buchadas de agua": imagen y manejo diestro de la lengua popular ecuatoriana, fruto del trabajo de aprehensión estética de la vida y la lengua literaria ecuatoriana.
Ley de aprehensión estética de la realidad, explicitada por Alfred Ucy, quien fuera Ministro de Cultura del Poder Popular durante el socialismo en Albania
Quito, Junio
2004, pulido en Julio del 2015
Antonio
Guerrero Drouet
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