La forja de la
Cultura Popular en el Ecuador
1
Nuestros
orígenes
El origen de la nación ecuatoriana
proviene de nuestras raíces culturales antiquísimas.
Nuestras artes preincaicas, fueron
resultado del desarrollo de las culturas primigenias que se remontan a <la Cultura
Pilalaó -10 mil años antes de nuestra era; y de culturas que datan de 3200 años
antes de nuestra era>: Valdivia, Machalilla, Chorrera, Narrio, Pantzaleo,
Carchi y Cuasmal, Napo y Jondachi, que <en su período superior serían las de
los Cañaris, Atacames, Mantas, Shirys, Puruhaes, Pantazaleos, Quillasingas,
Punaes, Huancavilcas, Paltas>*; Bracamoros, Shuar,
etc., basadas en la producción agrícola y pastoril cuyo eje social y productivo
era el <ayllu>, culturas primigenias que desarrollaron una alimentación
en base del maíz –la chicha, conservas,
etc., la quinoa, la papa, la yuca, el cuy, las frutas, los mariscos –en la
costa-, construyeron ollas de barro y artesanías, cucharas de palo y otros
aperos para el servicio de los alimentos; desarrollaron un sistema medicinal
basado en el uso y cocimiento de yerbas naturales como la sábila, la uña de
gato, la sangre del árbol de drago, etc.; habían establecido, para el control
sobre la siembra y la cosecha, los solsticios, la mensura anual, un sistema de
medidas y elementos de cartografía. Habían estructurado lenguas y dialectos
basados en el chibcha y en otras lenguas propias que servían para la
comunicación tribal así como rudimentos de la escritura sobre hojas, con figuras
y signos. Poseían una arquitectura basada en el adobe.
El manejo de la piedra y los
metales les sirvieron para desarrollar el arte de la guerra. Los miembros de
las tribus eran trepadores de montaña y caminadores que cultivaban las artes
militares que es otra de sus expresiones culturales.
Esas culturas primitivas, al
plantearse interrogantes acerca de los fenómenos naturales ligados a la siembra
y la cosecha, relacionados con el sol y otros fenómenos naturales, configuraron
un conjunto de creencias y mitos naturalistas, idealistas en su esencia, acerca
del origen de “su mundo”, donde el sol era el eje de la vida a quien le rendían
culto durante los períodos de la siembra y la cosecha de la tierra, de donde surgen sus artes primitivas:
danzas, ceremonias, bailes, ritmos como el yaraví, durante las cuales
utilizaban instrumentos musicales de percusión como el bombo, y de viento como
el rondador y la flauta, para iniciar la siembra y/o celebrar con alegría la
cosecha, -así como ritmos fúnebres para velar y enterrar sus muertos- en donde
exhibían artísticos tapados de plumas, vestimentas elaboradas en base de
tejidos de algodón y lana pintadas llamativamente con colores extraídos de los
jugos del capulí, la mora y otras frutas y yerbas naturales, adornos de orfebrerías
basadas en el pulimentos de metales como el oro y el platino, de piedras
preciosas como el ónix, la obsidiana y las esmeraldas.
A algunos animales como al
guacamayo le dieron la connotación de “mensajero del sol”; mitos e imaginarios
fantásticos, fruto de su relación empírica con la naturaleza, que crean y
recrean mitos y leyendas con animales y otras relacionadas con el origen de sus
héroes mitológicos como la leyenda de Guayanay -golondrina- que tienen una connotación poética, artes primitivas de
aquellos períodos ancestrales que fueron sustentos ideológicos y morales para
construir nuestras sociedades humanas primitivas, culturas que alcanzaron un notable
desarrollo en las artes hasta que llegó la dominación de los Incas.
2
La cultura dominante
del Incario
El choque violento entre estas dos
culturas: las provenientes de nuestras raíces ancestrales indígenas con sus
ricas culturas y artes y la cultura y artes de los Incas significó un abrupto
vuelco en ese desarrollo; la resistencia y la rebelión de las tribus autóctonas
a la dominación incásica logró en parte la preservación de algunas culturas y
artes primitivas como la de los bracamoros, cañaris, xíbaros o shuar, etc, con
sus lenguas, idiosincrasias y costumbres; culturas guerreras que enfrentaron a
la invasión incaica resistiendo al agresor extranjero que será uno de los
elementos histórico culturales sobresalientes de los pueblos indígenas,
resistencia que incidiría en el curso de la Conquista para la caída del Incario
y la implantación de la Colonia española.
Sin embargo de esa resistencia, el
Incario estableció a través de la fuerza su dominación basada en la propiedad
sobre la tierra incorporando de las tribus dominadas las practicas productivas
y tribales del”ayllu”, aunque imponiéndoles la servidumbre de los “yanaconas” y
la esclavitud de los “mitimaes”.
Para afianzar su sistema económico,
político y social, impusieron el quechua como lengua imperial y una dominación
ideológica basada en un conjunto de creencias más sistematizadas.
Viracocha era el “creador” del
mundo, el Inti –sol– como centro; el Inca como hijo del sol, los sumos
sacerdotes, las vírgenes del sol y los amautas. Adoraban al trueno, -Apa Cachi-
y al relámpago -Chaca Yla-, las plantas
eran animadas por divinidades. Adoraban a “la madre del maíz”, a la “madre de
la quinoa”, creencias que se basaban en la poderosa incidencia que tiene el sol
sobre la vida, la producción agrícola y pastoril, los climas, a través de las
cuales idealistamente conferían, particularmente al sol, una característica
divina. El desarrollo de los conocimientos era empírico. No podían establecer
aún la relación entre la traslación del sol y la rotación de la tierra y su
incidencia sobre los climas para los ciclos de la siembra y la cosecha.
Esa apreciación naturalista,
empírica de los Incas, contrastaba con los importantes avances que habían
logrado en la agricultura, en el pastoreo, la industria textil, la astronomía, los
relojes de piedra, los solsticios de verano e invierno; una contabilidad, arquitectura
en piedra y adobe, ingeniería: las construcciones en Ingapirca, Tomebamba,
Machu Pichu, los acueductos, las calzadas incásicas; metalurgia y medicina;
realizaban censos, tenían un registro civil de nacimientos y defunciones;
manejaban una escritura de rasgos pictográficos y nemotécnicos en base del
quechua que se difundía por el territorio del incario con los “chasquis”.
La producción agrícola era la base
económica del poder del Incario, producción agrícola fundamentalmente de páramo
y montaña para afianzar su visión estratégica y militar que se complementaba
con sus edificaciones en piedra.
Si el sol era el eje de esas
visiones idealistas debido al poder que ejercía sobre la siembra y la cosecha,
la tierra era la fuerza, la madre, la “Pachamama”, sustancia del poder del
Incario, pues de ella provenía la producción, la alimentación, y se desarrollaban
las artes incásicas: Los trabajos en cerámica y en metales para las armas, el
manejo de la pedrería luminosa y brillante en los adornos mostrados en las
ceremonias que eran parte del ritual del Incario para remachar la idea entre
los esclavos, de que el Inca era un dios, con lo cual se consolidaba al Incario
como el Reino del Sol en las anchas y extensas tierras del Tahuantinsuyo sobre
las mentes de las tribus dominadas.
Las artes incaicas servían de
instrumento ideológico para consolidar su dominación.
El Inca era dueño absoluto de la
tierra y sus productos y los distribuía para los sacerdotes, las vírgenes del
sol y los amautas dedicados a adorar al sol; para el Inca, para los nobles, los
guerreros, ancianos y viudas de guerra y para los cultivadores de la tierra,
que eran los pueblos originarios sometidos política, militar e ideológicamente
por los Incas.
Estas visiones idealistas que
relacionaban al sol y la tierra con el Inca les fueron impuestas a las tribus
autóctonas y éstas las convirtieron en su visión de vida, en sus imaginarios
esclavistas a través de los cuales llegaron a adorar al “Padre Inca”.
Algunas de esas visiones idealistas
se han trasmitido oralmente en el imaginario de los pueblos indios a través de
los siglos. Aquellas eran y son visiones naturalistas que no llegaron a
alcanzar la sistematización de una concepción filosófica idealista (la cual para ese siglo ya existía en Europa
ligada a la estructuración de una religión codificada, con liturgias y ritos: La
religión católica, con su dios <único>, <creador del cielo y de la
tierra> y su Santísima Trinidad: negación del dios único y el “misterio” que
los pueblos mestizo, indígenas y negro, por “ignorantes” –según la Ortodoxia
reaccionaria de la Iglesia Católica- podemos comprender; imaginarios
naturalistas del Incario lejanos de la confrontación entre materialismo e
idealismo que ya se desarrollaba en Europa.
Pese a ese acumulado extraordinario
de conocimientos aplicados al desarrollo de la producción y las artes, los Incas,
debido a su visión esencialmente idealista, y sobre todo, a la incorporación de
muchas tribus indígenas que se adhirieron a la lucha de los “conquistadores” contra
los Incas, sucumbieron ante los aventureros españoles y los curas quienes
echaron abajo el Incario e impusieron la Colonia de España en América.
3
La cultura
española dominante, el mestizaje, la religión católica y el arte.
El idioma
español y los primeros brotes literarios emancipadores
La Conquista y la Colonia de España
truncó el desarrollo autónomo del Incario y de los conglomerados indígenas
primitivos, en vigoroso proceso de estructuración; se produjo una mezcla de
culturas basada en la fuerza a través de la cual se estableció formas de
producción esclavistas y serviles. Para consolidarlas se utilizaron a los curas
y una religión codificada: la católica.
“Chaupi
punchapi tutayaca” –“anocheció en la mitad del día” - es la metáfora quechua que recoge
la dolorosa visión de los pueblos indígenas ante la dominación colonial
española, extranjera.
La cultura española intentaría
sepultar las creencias, costumbres y conocimientos construidos por las
comunidades indias y la cultura incásica, para consolidar su colonización, más
la resistencia y el combate de los pueblos indígenas impidieron que éstas
fueran, por completo, sepultadas; energía de los pueblos indios que, aunque
sometidos, navegando cruentamente en sus ríos subterráneos, logró expresarse.
Aunque Pampite y Caspicara
construyeron pinturas y esculturas religiosas que reflejan los mitos de la
Iglesia Católica en ellas se observa un sincretismo cultural donde lo indígena
brota del dolor y fuerza de sus
imágenes. A través del pintor mestizo: Miguel Belalcazar, adelantado
mártir de la libertad, se expresará en la pintura, la fusión de lo telúrico indígena
y la cultura española: La idiosincrasia mestiza, emancipadora y rebelde.
España impuso el idioma español,
codificado con adverbios y <bisagras> de los sustantivos, verbos y
adjetivos: artículos, adverbios, preposiciones, conjunciones, etc., para
intentar arrancar a los pueblos indios sus dialectos y lenguas; sus
idiosincrasias truncadas brutalmente en las mitas, obrajes, encomiendas y
curicamayatos.
Aunque a la postre la lengua
española fue impuesta en los territorios dominados por el coloniaje español, a
través del mestizaje, donde se expresa la formación del pueblo mestizo -mezcla de la cultura
española dominante y las culturas indígenas -, los pueblos indígenas
resistieron la avalancha del idioma español y acuñaron celosamente sus lenguas,
preservando el quechua incásico y sus lenguas antiguas: quichua, huaronai,
shuar, achuar, etc., represadas pero vivas, armadas de sus ancestros poderosos,
de sus múltiples culturas indias. Una de esas formas de resistencia y
sincretismo cultural se expresa en la incorporación de palabras de quechua,
como <achachay> - para el frío -, <atatay>, para el asco,
<arraray> para el dolor y otras muy ricas como “omoto”, “mushpa”, naiden,
dentro del idioma español.
Y en la religión católica se
introdujeron sincretismos irreverentes expresados en sus bailes eróticos -luego
reprimidos-, en la comida (la fanesca),
en los carnavales con agua, que posteriormente expresarán un sincretismo, una
fusión de las culturas indígenas y mestiza.
El pueblo mestizo y la
intelectualidad criolla antiespañola, fueron imprimiéndole al español giros
idiomáticos populares y emancipadores, brotados de sus vivencias y de sus
combates liberadores; las culturas populares se enriquecieron con la presencia
del pueblo negro -traído por España y Portugal a América como esclavo desde
África-, para reemplazar al indígena en los trapiches y en las minas, quienes
fueron implantados en medio de una intensa lucha contra la esclavitud, en
Imbabura, Carchi y en Esmeraldas que, como un aspecto particular de la cultura
africana negra, se asentaron en esos territorios. Durante esas brutales
travesías esclavistas de los pueblos africanos negros éstos perdieron en la
región que hoy es Ecuador sus lenguas y sus dioses, no así en Brasil, en Cuba,
etc., -Obatalá, Orú, Changó, Llemanyá, etc -, pero conservaron sus ritmos, sus
idiosincrasias, le introdujeron elementos idiomáticos populares al idioma
español: una jerga que le confiere características propias del pueblo negro al
idioma español. Cual lizas saltarinas veteando en los fragorosos aguajes de la
lucha por la libertad contra los colonizadores españoles, donde resaltan las
guazabaras del pueblo negro contra la dominación española, que acaudillara
Illescas en Esmeraldas.
Los tres pueblos fueron
construyendo sus idiosincrasias, marcándolas con los ancestros de sus culturas
indias, mestiza criolla, - fusión de las culturas española e indígena -, y la
negra de origen africano, que se imbrica con los ricos elementos culturales de
los pueblos de cada región donde se establecieron.
Estas tres vertientes populares
confluirán, cada una por sus ríos diversos, a engrosar el encrespado mar donde
se levantarán los oleajes emancipadores; sus aguajes libertarios se reflejarán
en el contenido y forma de la literatura oral y escrita mestiza y revolucionaria
del proceso emancipador remeciendo el sistema colonialista, sus Leyes de
Indias, a través del tribuno Mejía Lequerica; dándole el colorido libertario en
las páginas de “El Quiteño Libre” redactado por Espejo; en la poética, con las
metáforas libertarias de Joaquín de Olmedo, todo lo cual contribuirá al
fortalecimiento de esas batallas, que incidirán en el idioma español, en la
literatura y las artes, para que sean desgarradas de sus ataduras
esclavizantes, en cuyos torbellinos, se
irán burilando, paulatinamente, vigorosos elementos emancipadores,
democráticos, populares.
Los caballos erguidos de la
historia, durante los combates por la emancipación de España, mostrarán que los
bailes eran, no solo expansión, alegría de los pueblos, sino libertaria
congregación conspirativa, donde la resonancia de sus valores terrígenos,
escondía y expresaba una confrontación con la alienante cultura colonizadora.
Congregaciones de golpeteos de los
pies endurecidos por el trabajo, sobre el polvo, danzas junto al fuego, de
yarabis, de flautas y rondadores; de torbellinos brotando de los canutos y
chontas de las marimbas, del tamborileo de la “bomba” y los cununos en los
ritmos de los andareles; “costillares” y “chigualos” negros, con los cuales se
expandía y fortalecía el espíritu popular libertario, su unidad e identidad
como pueblos indios, negros, mestizos, y se conspiraba contra el español colonizador
aborrecido, estableciendo la íntima imbricación entre las artes populares y la
política de sus pueblos, donde los sones, los ritmos, expresaban, en el
polvoriento ajetreo de la fiesta, los profundos anhelos de libertad que
forjaban en su imaginario popular, al soñar que con la emancipación del yugo
extranjero, el indio, el negro, el mestizo, conquistarían su libertad;
imaginarios donde crecía la esperanza de alcanzarla en cuanto el español fuese
expulsado de las tierras de sus antepasados.
Razones que motivaron y empujaron a
que los pueblos indígenas, negros y mestizos, empuñaran el fusil, el machete y
otras armas, y participaran en la gesta emancipadora liderada por Bolívar y
Sucre, detrás y en torno de la cual dejaban volar sus encajes y escondían sus
ambiciones los chapetones criollos,
responsables del crimen de Berruecos y del éxodo del Libertador que
“había arado en el mar”.
Clase terrateniente dispuesta a
lograr la emancipación para sus blasones criollos, pero también, a toda costa,
impedir que sus conciertos, sus siervos y esclavos, alcanzaran a través de ella
la libertad para cultivar su propia tierra y negociar, a precio de poder vivir,
sus frutos.
Aunque, durante las contiendas
libertarias, los chapetones, los militares y los curas, ofrecieran la
“libertad” a sus indiadas, a sus negros y mestizos que hablaban igual que
ellos, pero con esas desabridas entonaciones terrígenas, esas horribles
resonancias, cortes linguísticos quechuas, contracciones negroides, esas
disímiles expresiones faltas de la acústica sensiblera que chocaban con el
idioma español y las costumbres de salón, con las cuales, la emperifollada vida
de los chapetones reproducía los hábitos aristocráticos de las cortes, y que,
entre las conspiraciones emancipadoras y la vida cotidiana, se filtraba entre
los criollos que imitaban a Europa.
Aunque ambos levantaban sones y
batintines de libertad, ésta tenía diferentes sonidos, dependiendo de que clase
social tocara los instrumentos: si los de arriba, de salón y encajes, si los de
abajo, de poncho y tierra.
Una era la “libertad” para tornarse
en expoliadores directos y omnipotentes, tras echar fuera al español; y otra la
libertad para cultivar la tierra y negociar sus frutos para beneficio de sus
runas, de su indiada pobre y popular.
La emancipación era para todos. La
libertad para pocos. De allí que, tras la Independencia, apareciera en los
muros, ese graffiti inmemorable: “último día del despotismo y primero de lo
mismo”, que testimoniaba que emancipación no era lo mismo que libertad,
<para los de poncho> sino remache de sus cadenas.
4
Montalvo,
Peralta y literatura revolucionaria;
los pueblos
mestizo, indios y negro y las montoneras
La libertad, esencia de las
culturas populares, se ubica dentro de contextos históricos, culturales y de
clase. Todos estos logros, fruto de la emancipación, tienen también sus bridas,
impuestas por los nuevos detentadores del poder, los chapetones, los curas, los
terratenientes criollos, las castas militares, que pasan a ejercer el poder en
la República, desde el cual imponen una cultura de clase que pasa a ejercer su
dominio y que, aunque no anula las huellas culturales alcanzadas por los
pueblos durante la cruenta travesía emancipadora que echa abajo al poder
español, las somete a la misma forma de dominación, basada en la explotación de
los campesinos y trabajadores mestizos, indios y negros sobre la tierra y el
comercio, donde solo cambia el traje, lo que condimenta el terreno para que los
pueblos reinicien la lucha por su libertad, que se va enlazando con la lucha
por la emancipación del nuevo dominador extranjero, uncido a los explotadores
criollos: el imperialismo inglés primero y el imperialismo norteamericano,
luego, en cuyo escenario, se generarían nuevas expresiones en la cultura de la
República y, sobre todo, en las culturas amasadas por la lucha de los pueblos
indios, mestizo y negro, se incorporan elementos de sus artes populares: giros
idiomáticos, nuevas tonadas musicales y ritmos: desde la criollización de la
vihuela en guitarra y, sobre todo en la condimentación americana y ecuatoriana
del pasillo – traído como baile que practicaban los hacendados desde Europa y
popularizado como canción a fines del siglo XVIII e inicios del XIX*****; de los
bailes y ritmos indígenas como el cachullapi, el capishca, el pasacalle, los
sanjuanitos y otros, donde los pueblos indígenas y el pueblo mestizo festejan
sus identidades; ritmos musicales de origen indio, tocados por los rondadores,
flautas y bombos en las fiestas indias, o las vigorosas “aguas largas”,
retumbadas por las manos del pueblo negro tocando los canutos de las marimbas
en Esmeraldas, el Chota o Mira en el Carchi, que van forjando elementos
culturales populares en los imaginarios e identidades de los pueblos, contra la
dominación feudal.
Allí, en los ríos subterráneos, en
las fiestas de casa o del barrio, del recinto, en la cotidianidad popular, se
recoge el anhelo de libertad para los de
abajo, el mismo que se confrontaría nuevamente, con el poder de los “godos”,
parapetados detrás de los gobiernos de García Moreno, Veintimilla o Caamaño.
Para los pueblos avanzados,
mestizos, indios y negros atraídos por los batintines de las ideas liberales de
Alfaro, Peralta, Montalvo, Vargas Torres, ahora, esos explotadores criollos
eran los enemigos de su libertad: los propietarios de la tierra, del incipiente
comercio entrabado por el oscurantismo, entrelazado con las nuevas potencias
extranjeras dispuestas a echarle el diente a nuestras riquezas.
Los renacientes de los antiguos
veteranos de las batallas por la Independencia, trasmitidas oralmente a través
de sus lenguas, popularizadas en sus bailes, cantos y en lo cotidiano; los
trabajadores de la ciudad y el campo, unos mestizos, otros indios y negros: las
tres vertientes populares del árbol robusto del Ecuador, nuevamente empuñan el
machete y el fusil en pos de echar abajo el concertaje, la explotación y
opresión sobre la tierra, aunque no suficientemente claros aún, de las razones
de la nueva emancipación que el adelantado José Peralta denuncia en sus
panfletos liberales, se oculta en la “Doctrina Monroe" como la doctrina de
“América para los norteamericanos”.
Tras la dominación de los
terratenientes criollos y los curas sobre los pueblos, el oscurantismo
conservador, reaccionario y ultramontano, donde la Aritmética de Nebrija y la
Gramática de Urqullo eran los únicos textos de ilustración para el pueblo llano
-como señalaba Peralta-, fue confrontado por el liberalismo revolucionario que
apeló a los pueblos mestizo, indígenas y negro, para impulsar su gesta
liberadora del oscurantismo que frenaba el desarrollo de la industria, los
medios de comunicación y del comercio.
Los pueblos se alzaron, otra vez,
construyendo durante estos combates nuevos elementos libertarios que han ido
enriqueciendo los elementos populares, democráticos, progresistas que van
forjando una corriente cultural popular; muchos de ellos están inmersos,
indirectamente, en obras de Juan Montalvo como “Las Catilinarias”; en las obras
de José Peralta como “Esclavitud en América Latina”, “Liberalismo y
Conservadorismo”.
Mientras: alzándose en oleadas
sumaban sus fusiles a las montoneras del “indiu Alfaru”, en la vigorosa entraña de los pueblos penetró
la médula del liberalismo iluminista, aunque, al fin y al cabo, burgués.
Dos políticas: una revolucionaria -
liberal burguesa; otra: en gestación creciente, brotando de las entrañas
populares, de la unidad de los pueblos con el liberalismo para echar abajo a
los godos conservadores terratenientes, se fusiona y expresa en las batallas y
en las artes populares embrionarias: allí subyacentes, creciendo.
Tras la victoria del liberalismo a
fines del siglo 19, dentro de la República, la cultura burguesa liberal y
mestiza, de habla española, se torna en dominante frente a las culturas populares
indígenas y negra, y también sobre las expresiones de la cultura popular
mestiza, de mano del afianzamiento de la dominación de la burguesía en
desarrollo y de la aún presente cultura feudal terrateniente criolla.
Pero a la vez, brotando de las
entrañas de los trabajadores de la ciudad y el campo, de los pueblos mestizos,
indios y negro, de los embriones de una intelectualidad popular; con los nuevos
elementos sociales y libertarios recogidos durante su travesía por las batallas
liberadoras y emancipadoras, los elementos de las culturas populares mestiza,
negra y las culturas populares indígenas, aunque aún distantes unas de las
otras por las diferencias de lenguas e idiosincrasias, van fluyendo desde los
ríos profundos de la vida y los combates populares.
Este proceso de construcción de una
cultura popular, inicialmente mestiza, se irá burilando en lo cotidiano y
durante los combates de los hombres, mujeres y jóvenes de abajo. Los pueblos
indígenas y negros, por sus propios ríos
y desembocaduras, continuarán fabricando sus instrumentos, elementos de sus
culturas y artes populares.
Más: la expresión de estos
elementos culturales: las literaturas y artes populares, eclosionarán, más
adelante, codo a codo de la Primera Huelga General de Trabajadores del Ecuador
en el primer cuarto del siglo 20, el 15 de Noviembre de 1922, bajo la
influencia de las ideas científica del proletariado emanadas de la Revolución
de Octubre, en una literatura que lleva al escenario, como protagonistas: a los
hombres y mujeres de abajo, con un lenguaje que recupera el habla, enriquecida
durante décadas, “mordisqueante”**, de los trabajadores, campesinos y los
pueblos mestizos y negros, enraizada con un contenido fustigante, que saca a
flote el temperamento, la idiosincrasia y psicología de la vida y lucha de los
pueblos, particularmente del campesinado, en forma de cuadros sociológicos y
denuncias, que se ha calificado de “realismo social”, a través del cual se
expresa un salto en el desarrollo de los elementos culturales populares acumulados durante nuestra historia, que
sientan bases para el ulterior desarrollo de estos elementos culturales, sobre
todo y tras ese proceso de forja de la corriente de izquierda en el Ecuador,
que data de la década de los años 30, que se trasunta en un salto histórico a
raíz de la forja de la cultura del proletariado organizada en el partido
comunista (m-l) del Ecuador en 1964.
5
El “Grupo
Guayaquil” e Icaza; Estupiñán y Ortiz,
literaturas
proletarias y populares: mestiza, indigenista y negra
Los trabajadores y los pueblos,
buscan expresarse abiertamente y para ser escuchados políticamente, con la
misma voz propia con la que se expresan en lo cotidiano, en su barrio o
recinto, en su <llacta>, en su parroquia, en su cantón y provincia,
aunque estas expresiones linguisticas, costumbristas, culturales en suma, no
alcancen aún a convertirse en dominantes; o no lleguen a adquirir una carta de
reconocimiento político como confrontantes abiertas de las culturas y artes
dominantes, existen y van formando un abigarrado conjunto de elementos
culturales e identidades que se expresan en la literatura, la música, los
bailes, la pintura, la escultura, las artes espirituales en general.
La expresión propia existe pero se
circunscribe a la identidad familiar, que llega a ser muy amplia y se afianza
con los <compadrazgos>; a la identidad del recinto y del barrio; de la
parroquia urbana y rural, del cantón y de la provincia, estableciéndose
diversas identidades, dentro de las cuales afloran con mayor fuerza las identidades
regionales: sierra, costa y oriente; las identidades provinciales y cantonales,
dentro de las identidades regionales, las cuales, inicialmente son manipuladas
para dar paso a los caciquismos y caudillismos locales, que se presentan como
los <auténticos representantes de las idiosincrasias populares locales>,
de las identidades parroquiales, cantonales, provinciales y regionales,
haciendo uso, ya sea del cientelismo político: de la <obrita> para el
barrio o el recinto, para la parroquia urbana y/o rural, del priostazgo, del
compadrazgo.
La transmisión, a través del
sincretismo, o del recogimiento, por parte de la intelectualidad revolucionaria
burguesa, de su clamor libertario, dará paso a una contundente expresión
literaria, que constituye un salto en la forja de elementos culturales
clasistas: durante el primer cuarto del siglo pasado, que recorre la piel de
los pueblos del Ecuador hasta mediados del siglo 20; a través de sus potentes
alzamientos, aflorando con un vigor inusitado, asaltan la literatura, con sus
carajos y virulencia, los de abajo, a través de la intelectualidad
revolucionaria del “Grupo Guayaquil”, quienes,
“como un puño”, sacan a flote la vida, la pujanza e idiosincrasia de los
trabajadores y pueblos del Ecuador, recuperando una lengua nueva, que ya
subsistía en lo cotidiano, hecha virutas por los pueblos montubios, mestizos;
lo cual se reflejará en la literatura, la pintura y las artes populares.
Gallegos Lara será el más perspicaz representante de esta corriente proletaria
y, por tanto popular, junto a José de la Cuadra y los demás intelectuales del
“realismo social”, quienes con sus pincelazos campesinos y urbanos montubios,
enriquecerán la literatura popular, liberándola de sus ataduras elitistas y
burocráticas.
Los pueblos indios se harán
escuchar, a través de la obra indigenista de Jorge Icaza, quien también aborda
el conflicto entre el mestizo, el indio y el terrateniente criollo; en esta
tendencia indigenista se expresarán, más adelante, otros escritores y artistas
como Jorge Carrera Andrade y César Dávila Andrade.
Esta corriente se extenderá a la
literatura popular negra, como elongación del “realismo social”, que recupera
para la literatura, la jerga popular negra, a través de Nelson Estupiñán y
Adalberto Ortiz, quienes con sus obras, fortalecerán otras expresiones
culturales de su etnia: el baile, la jerga, el contrapunto, la música de la
marimba, la literatura oral negra, a la cual se suma la pintura negrista de
Efraín Andrade y otros pintores negristas y provenientes de la minoría étnica
negra ecuatoriana.
La pintura y la escultura,
recogerán las vivencias de los de abajo; y aunque algunos pintores se eliticen,
el pueblo habrá de reflejarse en sus cuadros. Estos son los casos de pintores
como Guayasamín y Kingman, el uno denunciando los atropellos de los pueblos de
sus orígenes, hasta resaltar la lucha de los pueblos latinoamericanos, y el
segundo, con sus manos plasmadas sobre el lienzo, expresando el reclamo, la
exigencia, los sueños de los pueblos por una vida nueva. Pero también los
pueblos indios, nuestras ciudades populares con sus cargadores venidos de los
campos y cientos de motivos más, serán llevados a los lienzos por Diógenes
Paredes, Enrique Guerrero, Endara y otros pintores, para describir este país
dominado por la oligarquía criolla y el imperialismo, pero multicolor, recio,
pujante de ira, dolor y fuerza.
Ahora, la lucha por la libertad
tiene un contenido más conciso y cortopunzante: es la libertad para los de
abajo, para los trabajadores, campesinos y otras capas sociales populares. Así
pincelan los escritores del “realismo social”,
mestizos, indigenistas y negros: la vida de sus prototipos en la
literatura y el arte; al mismo tiempo, esa lucha de clases está enlazada con
los fuegos por la emancipación, del águila del norte, del imperialismo yanqui,
que continúa los aportes dados por Peralta a esta lucha emancipadora.
Al contenido literario, le acompaña
la forma virulenta que brota de las entrañas populares que anhelan echar abajo
el viejo mundo e implantar uno nuevo, lo que le imprime un inapelable, rotundo,
carácter popular.
Esta oleada no recupera, de manera
propia y auténtica a las elementos culturales y particularmente a las artes
populares indígenas. Sus idiosincrasias y lenguas, que fueron frenadas en su
desarrollo por la colonia, siguen siendo reprimidas por la cultura mestiza
feudal- burguesa dominante, así como por elementos reaccionarios del pueblo
mestizo, introducidos por la cultura dominante. Aunque en la literatura y la
pintura indigenistas, se harán escuchar a través de la intelectualidad mestiza,
continuarán pugnando por lograr su propia expresión, en sus propias lenguas, en
su estilo cortante, bailado en sus
chichadas, musicalizado con sus tambores, rondadores y flautas.
6
Los “Tzánsicos”
quiteños
y el movimiento
literario y artístico irreverente del Ecuador
Tras ese brote profundo del arte
popular de los años 30 que recorre hasta la mitad y más del siglo 20, éste se
difumina, entra en decadencia; más, pugna por expresarse. Lo hace con renovador
estallido del arte irreverente, que echa por tierra aquellos cánones
burocráticos y elitistas que se habían empotrado en la Casa de la Cultura bajo
el ignorantazgo militar de inicios de la década de los 70 y da apertura a las
expresiones artísticas iconoclastas que pugnan por un arte que refleje la virulencia de los pueblos, expresada en el
Manifiesto Tzánsico quiteño; una expresión artística iconoclasta destacada en
el concierto nacional, pero no la única. El arte irreverente, que rompe con los
cánones burocráticos y de elite, de rebelión y ruptura con ese “arte”
aburguesado, que solapa y mimetiza la protesta, la iracundia, las
manifestaciones de rebeldía popular en Ecuador y Latinoamérica, principalmente,
adopta expresiones contundentes en las costa y la sierra: en Esmeraldas con la
renovación de la literatura y el arte populares negros; en Guayaquil con la
poética, el teatro y la danza mestizos y montubios; en Latacunga, con la poesía
y la danza populares y democráticas; poetas, escritores, pintores, una amplia
franja de la intelectualidad mestiza y negra, irrumpen en el escenario de la
cultura popular sacando a flote elementos sustanciales de la vida de los
pueblos del Ecuador, durante el último ascenso del dedo populista al poder,
detonándose así misma como un arte y una literatura que se rebela, que busca
expresarse a través de contenidos y formas que recojan las vivencias de los
trabajadores y los pueblos, remeciendo, “el taller de las palabras”****, bajo el
influjo del condimento metafórico, sensible y potente de Guillen y Neruda que
enaltecen la revolución cubana; acicateados por la ternura y estoicidad de
Vallejo y su Perú de “junco y capulí”; enternecidas con la dulzura y fuerza de
Nazim Hinmet el poeta turco; huracanadas por la poesía popular del español
Miguel Hernández y los escritos del intelectual revolucionario africano Franz
Fannon. Este movimiento iconoclasta irradiará, como si fuese un tornado, en el
Ecuador de la década de los 70.
Vigorosa en sus danzas y cantos;
pero a ratos invisible en la literatura escrita, excepción hecha de la
literatura y el arte indigenistas, la virtualidad artística de las
nacionalidades y pueblos indios, estará allí, latiendo por expresarse con voz
propia, dispersa en campos y ciudades, raspando y azotando el polvo de las
fiestas populares con sus bailes, música y lenguajes virulentos y profundos y
estallará en los dos grandes alzamientos indígenas: el de la década de los 90
en Quito, y el alzamiento contra la dominación de 500 años, así como en las
resonantes acciones que contribuyeron a echar abajo a los regímenes
dictatoriales de Bucarán y Mahuad, en unidad con los pueblos mestizo y negro.
7
El “Centro de
Arte Nacional”, la UNAP y los FAPs en el Ecuador:
arte proletario
y popular; “el poeta” Larrea
Cuajando con voz
auténtica, remontando el período del movimiento “Tzánsico” y del movimiento
artístico y literario iconoclasta de los años 70, confrontando en los hechos la
política cultural de los generales desarrollistas y del revisionismo que los
aupó, al intentar engatusar a los pueblos con una cultura “nacionalista”
publicitada con las obras desarrollistas generadas por el “boom petrolero”,
confrontando esa cultura alienante y su modelo, buscando una expresión propia y
como, en torno de ella, aglutinar a los intelectuales revolucionarios,
democráticos, progresistas y patriotas en torno de un arte que oriente hacia
una perspectiva emancipadora y libertaria, surge el Centro de Arte Nacional.
Es aquí cuando
la literatura, la música, el teatro, la danza, la pintura, van adquiriendo
contornos nuevos: se revoluciona el pasillo, el sanjuanito, el capishca, los
ritmos costeños y afroecuatorianos; se forman grupos de cantores que van hacia
los trabajadores y recogen de sus canteras motivos para el canto; surgen una
poesía y cuentos tiernos pero rebeldes, una poética, cuento y relato
proletarios, populares, negros y negristas; se mantienen y renuevan los grupos
de marimba; la danza montubia en Guayas y Los Ríos; las danzas indígenas en
Riobamba, Latacunga, los grupos de danza y música en la serranía. En la pintura
los hombres y mujeres de abajo, extractados de lo cotidiano y de las broncas
populares, son pincelados en acuarelas, oleos, en plumillas recogidas por los
pintores de “La Huella” y otros pintores democráticos del país. El teatro
popular insurgente, se desarrolla con grupos como el “Guangala” de Guayaquil,
el grupo de teatro “Noviembre 15” en Quito; el teatro popular en Esmeraldas y
El Oro; la integración de los pueblos mestizos e indígenas de la amazonía a
esta corriente artística es débil, a pesar de que en esta región las culturas
indígenas y mestizas tienen su propia expresión en la danza, la música, la
literatura oral, que hay que bucear en ellas.
El vigor de esta corriente
artística popular tiene sus frutos durante el final de la década de los 70 y la
de los 80, que vio creaciones musicales, pictóricas, teatrales, de calidad
estética, a través de las cuales se llevaba el mensaje de libertad para los
pueblos, cuyos ecos se escuchan, anualmente, en el Festival de Música Popular:
“Rosa de Agosto”, que se mantiene más de 30 años en Guayaquil, en homenaje a la
joven maestra Rosita Paredes asesinada por la dictadura militar de Rodríguez
Lara.
Es un período de rica creatividad
en torno del cual se aglutinan poetas, músicos, pintores, artistas populares,
intelectuales, investigadores.
En el Ecuador se produce una
eclosión artística, de donde surge la propuesta estética popular, en base de
una estética proletaria, sustentada por la ideología marxista: construir un
“arte popular, nacional y realista”.
Esta propuesta revolucionaria será,
esencialmente, popular, mestiza, negrista e indigenista, fruto del esfuerzo
voraginoso, de la cultura proletaria para romper por el espinazo a la cultura
burguesa elitista y burocrática y a otras formas culturales enajenantes; se
esfuerza por rescatar los elementos de la cultura popular negra, desde la
óptica proletaria, mestiza y popular.
Rafael Larrea, en su obra poética
“Campanas de Bronce” incursiona en la recuperación de los ancestros culturales
indígenas, mestizos y negros, populares, del Ecuador, desde la óptica
revolucionaria proletaria.
Se trata de una lucha persistente
por afirmar lo popular dentro de la cultura mestiza, y extenderse, atraer a las
culturas populares negras e indias, hacia esta propuesta creativa, popular y
revolucionaria, para marcar abismos y afirmar la enconada lucha contra la
agresión cultural imperialista y la cultura burguesa criolla. Esto convierte a
la propuesta de un “arte popular, nacional y realista” en un eje fundamental de
la esforzada labor artística, creadora de los artistas populares de la UNAP,
por burilar y afirmar una corriente popular dentro del arte y la literatura del
país.
A la par, en otros ámbitos
artísticos democráticos, se desarrolla la música, la literatura, por otros
rieles, en algunos aspectos, coincidentes con los postulados de la UNAP:
escritores que remecen al cuento, la novela, el relato, la poesía, recuperando,
del imaginario popular y político, prototipos, ambientes, escenarios, donde
descuella una creatividad literaria y artística nuevas, democráticas, con
notables expresiones democráticas y populares, que no forman parte de la UNAP,
pero aportan vigorosamente al creciente desarrollo de un arte popular y
democrático en el Ecuador, notable por su creatividad, el mismo que, en la
política de la UNAP, es considerado y trabajado para incorporarlo a través de
“Diablo Huma” revista artística y política de nuestros artistas populares.
No hay parangón artístico popular
en este período, con el de otros momentos históricos del arte popular pues,
para lograr el objetivo de convertirse en el eje central de las culturas
populares, se afirma una corriente artística y popular, que se plasma en la
organización de los artistas, definidos junto al arte de los trabajadores en el
Ecuador.
A su calor, se forjan la UNAP y los
FAPs provinciales donde se funde la labor creadora colectiva con la individual,
rebasando todas las iniciativas creadoras que, en este plano, se dieron en el
pasado.
El Centro de Arte Nacional, la
UNAP, los FAPs y Larrea, unos y otro, están indisolublemente unidos: el “poeta”
y su liderato como organizador del arte proletario y popular.
La forja de ese vigor de acero de
Larrea se expresa, metafóricamente hablando, en su cuello poderoso, en su vista
profunda, tierna y dura, con la cual convoca a los artistas, pintores, y
escritores, a cantarle a la vida rotundamente, sentando bases artísticas, en
contenido y forma, que recuperen y actualicen la tradición del arte y las
culturas libertarias, democráticas y populares de nuestro pasado histórico.
Teniendo como centro a Quito, en donde
descuella la labor de <Los Noviembres, de Alfonso Chávez y Alfonso Murriagui, se extiende por las principales
capitales provinciales del Ecuador donde, como en Guayas, Esmeraldas y otras
provincias, se estructuran los FAPs, de donde surgen otros líderes de la
creación artística como Armando Coronel, Raúl de la Torre, en Guayas; Alfonso
Chávez, quien liderará en Chimborazo posteriormente esta corriente.
Larrea y los artistas populares de
la UNAP se entretejen con las correntadas latinoamericanas y del Caribe: cual
una caja torácica ávida, recogen cómo pelea la Nicaragua de Rubén Darío con los
muchachos de Chinandega, fusil al brazo; y el pueblo de El Salvador armado; se
recrean en el Chile de Allende con las voces de los Parra, Víctor Jara,
Intillimani; se identifican con la guerrilla de Araguaya en Brasil.
La construcción de esta propuesta
de arte popular en el Ecuador, establece su calidad de tal, por el trabajo
creador que rescata para el escenario de la canción, la poesía, la pintura, el
teatro, a los protagonistas de la vida: los trabajadores y los pueblos en lucha
por liberarse. Lo popular, además, se establece porque abre sus diásporas
buscando enrostrarse con las idiosincrasias de los pueblos negros e indios para
incorporarlos a estos encendidos brotes del arte popular mestizo.
Así se ingrediente: con los
condimentos de la batalla por la libertad para los pueblos, enlazada
intrínsecamente con la definitiva emancipación del Ecuador de la dominación
extranjera y criolla, el arte popular.
La brecha existente entre libertad
y emancipación se van soldando. El arte tiene que beber de las canteras de lo
cotidiano y de los combates de la clase obrera y los pueblos del Ecuador, de
estos elementos fundamentales de las culturas populares, para erguirse en arte
popular. Las batallas por la emancipación del águila yanqui y de todos los
imperialismos, traen consigo la libertad para “los de poncho”. En la cúspide
del movimiento liberador y emancipador, no están ahora terratenientes criollos,
ni burgueses, están los propios trabajadores que echan las dos cargas sobre sus
hombros y a los cuales, a través del arte, la intelectualidad popular y
revolucionaria exalta, anima, propulsa con su música, sus pinturas en óleo y
acuarela, sus poemas y obras teatrales.
Es un paso adelante que recupera y
potencia la obra de los escritores y artistas de la generación de los años 30.
Este movimiento artístico se
posesiona de su suelo patrio, de su país, y toca batintines por la
emancipación, exaltando las luchas de nuestros pueblos y de los pueblos de
América y el mundo. Desde su propia óptica proletaria en el arte, expresada en
el diapasón de sus creaciones, se renueva el arte popular ecuatoriano, negro,
negrista e indigenista, vigorizando sus arterias con la fluidez de sus ricas venas,
ensanchándolo en el curso de los combates por la emancipación.
8
Caída del Muro,
“utopía” y postmodernismo; signos de nuevos tiempos.
Recuperación y
potenciación del arte y literatura populares.
Reinstaurado el
“constitucionalismo”, sale a flote la cultura de la “viveza criolla”; se
estimulan los bofes de una intelectualidad burguesa, que busca usufructuar,
“culturalmente”, de los grupos oligárquicos que se disputan el poder; período
que empata con los batintines que el imperialismo da por la Caída del Muro,
tras los cuales se arremete contra la solidaridad, la libertad, se promueven
los arquetipos del individualismo y su expresión burocrática: el ejecutivo; se
muestra la vitrina reluciente del banquero y la empresa como prototipos de la
bonanza neoliberal y se introduce, como fondo, la música lúgubre del “fin de la
historia”, de Fukuyama, tratando de poner en vigencia los individualistas y
caducos postulados de Nietshe, actualizados por los postmodernistas Vattimo,
Habbermas y Lyotard.
Sectores de la intelectualidad
democrática y progresista se ven en una encrucijada; unos caen en el pesimismo
y el derrotismo; otras franjas democráticas cantan con ribetes de esperanza a
la “utopía”. Los artistas populares: ¡runas mesmo, caraju!; cansados de estos
prototipos ajenos a nuestras corrientes artísticas irreverentes, a nuestros
terrígenos valores consustanciales con nuestra historia levantisca, colocamos
en alto los principios de la solidaridad, el amor a la libertad y a nuestro
suelo patrio; nos estimula el vigor de los artistas cubanos que llenan los
vientos del Caribe con sones libertarios. ¡Cuba resiste!; reagrupándonos
unitariamente con otros artistas populares y democráticos, en festivales,
recitales, encuentros, mantenemos despierto, en vilo, al arte popular: solistas
y grupos rasgamos nuestros instrumentos y gargantas cantándole a la vida;
nuestros poetas crean versos de elevado lirismo, de metáforas vigorosas contra
el derrotismo; nuestros pintores recogen muestras de lo cotidiano pobre y duro,
exaltando las aguas profundas que alimentan el arte desde abajo, rechazando el
postmodernismo; mientras, abiertamente acolitamos las broncas de los maestros y
de los pasamontañas, que agitan las calles y plazas del país, confrontando en
los hechos a la cultura de elite, conciliación y pesimismo.
Abruptamente: de lo profundo de la
sierra, insurgen los ponchos con sus huipalas, frenteando en San Francisco la
política cultural socialdemócrata de Borja, que los anatemiza y acusa de
“querer formar otro Estado”, por reclamar su derecho como nacionalidades y
pueblos.
Son montoneras de hombres y mujeres
con su olor a tierra, hablando en sus auténticas lenguas, que brotan de los
ríos subterráneos.
Este escenario de alzamientos
erosiona el fin del siglo y despierta al nuevo con el combate popular; los
artistas de la UNAP veremos caer - y participaremos dentro del vendabal -, por
la fuerza ventisquera de los pueblos mestizo, negro e indios, a un primer
gobierno populista, empotrado en Carondelet para sevicia de los banqueros,
vapuleando la cultura del individualismo, del neoliberalismo; en el entreacto,
veríamos cometer, ante nuestros ojos, el primer crimen de Estado contra un
líder popular negro, poeta de izquierda: Jaime Hurtado, para intentar detener
el auge de la lucha popular, provocando, al revés de sus cálculos, que las
arterias, trinos, fuego, rabia, ternura y dolor de los pueblos, de los
trabajadores, de los artistas populares, levantara un avispero en el Quito
libertario y en todos los rincones del Ecuador: cantautores, poetas, pintores,
nos encendimos, escribimos versos corajudos, hirientes, duros y tiernos;
nuestros pintores rasparon las espátulas y los pinceles para describir la rabia
y el sentimiento agitados en el corazón de los pueblos, con lo cual se
ensanchan, más aún, los escenarios para el arte y la creatividad populares, que
hacen eco en las multitudes, que vibran combatientes, y que cuajan en el
alzamiento del 21 de Enero, en el curso de cuyo fragoroso río, caería el
segundo gobierno de banqueros.
Los signos de estos tiempos,
vibrando en el aire de estas tormentas, verán aún, sin embargo, subir a
Carondelet a un coronel que se vuelve sucio; con el, mordido ahora, respaldo de
los de abajo, que reinstaura las corruptelas nepotistas y la sumisión a los
dipsómanos tenedores de la deuda; que restituye el estupidismo abyecto, frío y
simplón de las castas militares que creíamos haber enterrado; que intenta en
vano camuflar el servilismo a las oligarquías y al imperialismo yanqui y sus
bancos <de primer piso>: el FMI y el BM; que se propone - si lo dejamos
-, implantar la represión de la bota sobre el pensamiento emancipador y
solidario; y ante el cual se va reforzando el pensamiento y la cultura de los
pueblos que persistimos en la lucha por un arte popular, pluricultural y
emancipador.
Tiempos en que el “águila”
norteamericana y el “gentleman” inglés, han instaurado en el mundo la cultura
sofisticada de la guerra tecnológica, a nombre de un dios protestante,
occidental, gringo y reluciente como sus aviones de combate; que apoya la
intervención y el genocidio contra los “herejes” pueblos musulmanes, sus
dioses, religiones y culturas tostadas por el sol, a nombre de la rebuscada
actualización del “destino manifiesto” por el cual los Estados Unidos se creen
destinados a dominar América y el mundo a nombre de la “libertad”, y de la
lucha contra “el terrorismo”; cultura de agresión y muerte, por la cual,
derrotar al fusil enhiesto de Colombia; impedir la insurgencia de los ponchos y
los mestizos al poder en Ecuador, cuyo aire andino se envuelve en los brazos
insurgentes de los pueblos de Venezuela y Bolivia; está en la mira gringa que,
enfebrecida por su despliegue de mísiles, con los que ha destruido los brazos y
piernas de los niños de Irak, para ofrecerse “humanitaria” a “reconstruirlos”;
quiere hacer de nuestros tierras otro “Platoon” de barbarie, ante el cual
respondemos, con nuestro arte popular: </¡Yo soy Juan Atampam: ¡Yo tam!/;
¡Blas Yaguarcos, Yo, tam/ ¡Somos, seremos, soy!/**>.
* Línea General del PCMLE
**Mordisqueante": palabra recogida por Pablo MIranda en su obra: "Pueblos Nación, nacionalidades".
*** versos del poema de César Dávila Andrade: "Boletín y Elegía de las Mitas"
***** Trabajo de Guerrero Isch acerca del pasillo.
Obras consultadas:
* "Pueblos, nación, nacionalidades" de Pablo Miranda
* Escritos de Benjamin Carrión acerca de los orígenes de las culturas en el Ecuador
* Linea General del Partido Comunista marxista-leninista del Ecuador
* Esclavitud en América Latina" y "Liberalismo y Conservadorismo" de José Peralta
* Escritos y poesía de Rafael Larrea Insuasti
Antonio Guerrero Drouet
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